De la maternidad interior
Desde hace cinco siglos, la sobreevaluación del intelecto, de la técnica, de la producción de bienes, de la competencia, etc., ha relegado los valores femeninos a un segundo plano
11/04/2011 - Autor: Annick de Souzenelle - Fuente: La Rama Dorada
La mujer más espontáneamente sensible a ello y de manera más natural que el hombre, el cual tiende a escaparse, a perderse en lo mental…
Por su constitución, tenga o no consciencia de ello, la mujer está ligada al secreto íntimo del Hombre con mayúscula, es decir a lo humano. Este secreto dimana de la comunión con el mundo del más adentro y de la maternidad interior a la que todos somos llamados.
Este universo femenino que habita tanto al hombre como a la mujer, pero que por naturaleza es más afín con ésta, no puede realizarse plenamente sino al tomar en cuenta el misterio en el corazón del Hombre.
Los valores femeninos,entran en resonancia con los arquetipos de lo femenino. Al igual sucede con los valores masculinos a los cuales el hombre se ha vuelto ajeno, en tanto que vive en relaciones de fuerza y de seducción. Prácticamente nadie se ha preocupado de la única relación importante que es la que une el ser a los arquetipos; sólo ésta esclarece y justifica todas las demás relaciones
Nada debe impedirnos estudiar el movimiento de una revelación de las profundidades femeninas del Hombre. Si hay rebelión, es porque no hemos realizado el descenso en las aguas primordiales que los mitos consideran necesarias para la evolución individual y de la humanidad.
El retorno a la madre debe llevarse imperativamente un día a cabo para crecer interiormente. El retorno al “mar” debe hacerse para “crear lo seco”, es decir la consciencia. El relato bíblico del Diluvio y toda la historia de Noé no nos dicen otra cosa, tal es la ley.
En el camino interior en un momento dado, “deja ya de haber hombre o mujer”.
Debemos discernir: hay un mundo de diferencia entre un retorno inconsciente hacia una fusión uterina alienante y el “darse vuelta hacia la madre de las profundidades” para desposar sus riquezas latentes y hacer crecer la consciencia.
La esposa de Adam nunca representó al conjunto de las mujeres, sino al femenino interior de Adam, su femenino “objetivizado”, para que tome consciencia de él.
Después de la caída, es cuando Adam le da el nombre de Eva.
La situación se torna muy diferente tras la caída.
Al querer Adam nombrar a Eva con el nombre de la “Vida”, proyecta, en definitiva, sobre la mujer “exterior” los atributos de esa vida femenina en él, que no ha sabido hacer suyos. Al obrar así, él reduce esa vida, porque la Vida se dice Hayah en hebreo, y Eva Hawah (pronunciado Jawah). La diferencia reside en la sustitución de la Yod (signo del Nombre Divino), por la Vav (signo de un estado animal, estado natural que está en el Hombre, pero que no es el Hombre en su totalidad, y que éste hubiera debido superar. Por lo tanto, en esa designación hay una reducción que atañe al Adam y a su esposa a la vez: la mujer Hawah está reducida a la feminidad biológica, en circunstancias que Ishah era “el otro costado” de Adam, su femenino interior encargado de su maternidad esencial, la que, para el Adam que somos, consiste en parirse a sí mismo, en dar nacimiento al hijo interior, o sea, a un ser realizado.
La razón invocada por el texto para justificar el nombre de Hawah es: “porque ella era la madre de toda vida”. Leído con rigor gramatical, está realmente escrito como sigue “Adam nombra Hawah a su Ishah, porque él era madre de toda vida”. Es Adam quien era madre de toda vida y ya no lo es. Por lo que en el nombre de Eva el Yod de Hayah ha desaparecido, y con él el secreto de la vocación de Adam para llevar a cabo su maternidad interior.
Cada uno guarda ontológicamente esa vocación de maternidad. Es notable, porque en Adam uno ve siempre al hombre frente a la mujer, en el exterior de las cosas. Notable, porque uno suele acercarse a estos textos traducidos primero al griego, luego al tartín y a cada lengua posteriormente, a través del prisma de un mental que los ha deformado. Pero si uno se molesta de escuchar sus armónicos semánticos, leyéndolos a partir del hebreo, se tiene acerca de ellos una visión más clara. La maternidad está realmente inscrita en el nombre de Adam, La primera y última letra del nombre, Aleph y Mem, son las dos letras de la palabra madre. La letra del medio Dalet “puerta”: Adam es creado para nacer de sí mismo a sí mismo y pasar puertas. Él es un mutante. Antes de la caída, Adam era madre en potencia, en el sentido esencial del término, y cada uno de nosotros guarda esa vocación en su profundidad.
Al confesarle a Dios que “la serpiente la sedujo” Ishah constata que se dejo “desposar” por el propio Satán., Y él es ese “nuevo esposo” del que se trata cuando Dios dice: “Hacia tu esposo te llevarán tus deseos y él dominará sobre ti”, pero no hay que interpretarlo como la supremacía del hombre sobre la mujer, sería un contrasentido pues se refiere a Satán.
El nuevo esposo del Hombre en su dimensión Ishah, en las profundidades de su inconsciente, es la fuerza propiamente satánica del haber y del poder, de los objetos de deseo que tratamos de acaparar y sobre los que proyectamos lo absoluto…que sólo debiéramos atribuir al Absoluto. Poder que domina nuestro inconsciente, nos incita a tomar direcciones opuestas a nuestra vocación y, finalmente, nos convierte en esclavos.
Referente a la aparente condenación “En el dolor parirás a tus hijos”, sólo se trata del retorno a la maternidad ontológica, interior. Dios anuncia las consecuencias dolorosas de la elección de Adam y que éste determinó; y de las que, en tanto Ish e Ishah, él es el único responsable. Pero al mismo tiempo, es también el anuncio de un posible retorno a estas normas ontológica.
Urge tener un nuevo enfoque de la Tradición, pues la Tradición no se devela sino en la medida en que somos capaces de vivir su nuevo mensaje.
La verdadera desvalorización de la mujer y de lo que ella representa “el femenino interior, data del Renacimiento. Desde hace cinco siglos, la sobreevaluación del intelecto, de la técnica, de la producción de bienes, de la competencia, etc.., ha relegado los valores femeninos a un segundo plano y, tal vez de manera más grave aún que en las clásicas sociedades patriarcales. Hoy en día pudiera existir una correlación entre una liberación de la mujer en todo el sentido del término, y una toma de consciencia de la interioridad. Pronto esa correlación aparecerá a plena luz, y el movimiento que la lleva como una ola de fondo llegará próximamente a su punto de no-retorno.
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